Nadie supo decir el motivo por el cual esa
noche nadie había ocupado la mesa que da a la ventana izquierda del Bar
Orestes. Normalmente, casi indefectiblemente, todos los días a partir de las
seis de la tarde empezaban a llegar al Orestes los muchachos del barrio. Según
iban saliendo de sus respectivos trabajos, se dirigían hacia el bar a ocupar
sus lugares en la mesa de la ventana izquierda. Jorge solía llegar con su
impecable traje de sastre a eso de las siete, después de pasar por el masajista
que le quitaba los dolores de las cervicales producidos por el estresante
trabajo de corredor de bolsa. El Chino llegaba no más allá de las siete y
cuarto, después de haber finalizado su jornada de entrega de sobres y encomiendas
para el correo. El Gordo Alejandro siempre era el primero en ocupar su lugar.
Trabajaba en un banco, así que tenía tiempo de pasar por su casa, que quedaba a
la vuelta, y a las seis en punto se acomodaba en su silla. Alejandro, el único
que permanecía soltero, podía aparecer a
cualquier hora, siempre dentro del rango de las seis a las siete y media. Nunca
se supo cual era su ocupación, aunque el resto del grupo imaginaba que se
dedicaba a prestar dinero en la escribanía de Pablo, quien si bien también se
había criado en el barrio, cuando se recibió de escribano cambió las tranquilas
costumbres de los muchachos de la zona por clases de golf en la costanera.
Según Don Jesús y Pituto, dueño y mozo del
bar respectivamente, los muchachos jamás habían faltado a la cita diaria.
Solamente el 14 de junio de 1982, cuando se fueron juntos a Plaza de Mayo a
protestar por la rendición de las Fuerzas Armadas en la guerra de Malvinas. Pero
aún así, el punto de encuentro fue la puerta del bar. Luego, por los próximos
veinte años, siempre estuvieron allí. Inclusive los días en que, uno a uno,
fueron contrayendo matrimonio. Cada uno de ellos le había avisado al cura que
lo casaría que no podría llegar a la iglesia antes de las nueve de la noche. El primero en
casarse fue Jorge. Y llegó una hora tarde a la iglesia porque no se había dado cuenta
que el horario del casamiento no le iba a permitir tomarse al menos un café con
los muchachos. Y si Jorge había ido al bar a pesar de todo, ninguno de los
otros amigos iba a poder dejar de cumplir ese rito.
El
Inspector Gómez pasó cuatro veces por el bar. A las seis y media, a las siete,
a las siete y media y a las ocho de la noche. Ahí fue cuando Pituto le dijo que por la
hora, seguramente ya no vendrían. Fueron a ver a Don Jesús, para ver si los
muchachos le habían dicho que ese día no concurrirían, pero Jesús no sabía nada
y estaba tan sorprendido como ellos.
-
¿Ustedes están seguros que nunca faltaron? Preguntó
el Inspector
-
Jamás. Solo un día hace veinte años. Pero después
nunca más. Respondió Pituto.
-
¿Para que los necesita oficial? Se atrevió a
preguntar Don Jesús
El
Inspector Gómez ignoró esa última pregunta y se retiró del lugar pensativo.
-
Mire Comisario, dijo el Inspector. Estuve como
cuatro veces en el Orestes y nada. Ni aparecieron.
-
Gómez, a ver si soy claro. No me interesa saber a
donde no están. Lo que me interesa es saber exactamente adonde están. Si los
ubica a todos, mejor. Pero al que quiero sí o sí es a Alejandro.
-
¿El del banco?
-
¡Nooo! Ese no. Al otro Alejandro quiero.
-
Bueno jefe, quédese tranquilo que no vamos a parar
hasta encontrarlo.
Nuevamente
el Inspector Gómez se dirigió al bar.
-
Escúcheme Pituto, el Comisario está levantando
temperatura y la voy a terminar ligando yo. Dígame ¿Adonde pueden estar esos
miserables si no están acá?
-
Es que no le puedo inventar nada Inspector. Cómo voy
a saber a donde pueden estar si toda la vida a esta hora estuvieron acá.
-
¿Habrán ido a la cancha?
-
No. Cuando van a la cancha salen desde acá. Don
Jesús les prepara los sandwiches.
-
¿A algún recital de rock?
-
¿Sin antes tomarse unas cervecitas acá? Escúcheme
Inspector, no es que me quiera meter en sus cosas, pero ¿Hicieron algo malo? Entiéndame,
no es que sea metido, pero si son peligrosos quisiera saberlo. Piense que los
tengo acá todos los días.
-
¡Que sé yo Pituto! Ni yo se para que los busca el
comisario. ¿Le llama la atención que los estemos buscando?
-
Y que le parece... Son pibes del barrio, los
conocemos de chiquitos. Algún despelote cada tanto se mandaban, pero eran cosas
de chicos y adolescentes. Pero desde que son grandes nunca hubo ningún problema
con nadie. Son educados, saludan a todos, no dicen malas palabras en voz alta,
no se emborrachan. Es más, deben ser de los pocos que no le compran al
quinielero.
-
¿Acá hay quiniela clandestina? Preguntó el Inspector
con cara de sorprendido.
-
No, acá no. Pero a veces pasan por la calle. Contestó Pituto
disimulando su enojo. El inspector y el comisario deben saber perfectamente que
el quinielero de la cuadra es el primo de Gómez. Pero en los barrios no hay que
decir todo lo que se sabe.
En
eso apareció en el local el Comisario, hecho una furia. Llegó en el patrullero con
la sirena encendida y las luces giratorias que se reflejaban en los vidrios de
cada ventana y puerta del barrio. Desde diez metros antes ya venía clavando los
frenos y dejó sendas marcas de caucho en el pavimento.
-
Por favor, imploró Don Jesús. No venga de esa forma
que me va a alejar a los clientes. Además en el barrio van a pensar que acá
pasan cosas raras.
-
Ya sé gallego. Por eso entré así. Para que sepas que
mejor me decís a donde está Alejandro si no querés que además de armarte este
quilombo te ponga un vigilante en la puerta. Y no te hagas el otario porque si decido
pensar que por acá andan vendiendo quiniela te pongo también la faja de
clausura por dos días.
-
Comisario, no me haga eso, dijo desesperado Don
Jesús, mientras imaginaba las consecuencias que semejantes escándalos podrían
tener para el bar. Apenas le daba para vivir, pero ya llevaba treinta años en
esa esquina y el bar no era simplemente su trabajo sino parte de su vida. Aunque
desde el otro lado del mostrador, el Gallego formaba parte del grupo de
muchachos y, junto a Pituto, eran amigos de casi toda la gente del barrio.
El
comisario golpeó con fuerza el mostrador y se subió al patrullero, saliendo a
toda velocidad. Todo ese escándalo premeditado le había permitido comprobar que
ni Jesús ni Pituto sabían a donde estaban los muchachos.
El
bar siguió funcionando normalmente ese día. Tal como el comisario había
calculado, no más de dos o tres vecinas comentaron la escena del ulular de la
sirena del patrullero, pero el resto de los parroquianos siguió entrando al bar
normalmente. Claro que para Don Jesús no era lo mismo. El corazón todavía le
latía a ciento sesenta pulsaciones por minuto y, además, cada vez estaba más
intrigado por saber que habrían hecho los muchachos. En especial Alejandro, que
es el que había nombrado el comisario.
En
eso, y como si ya no hubiera tenido demasiadas sorpresas ese día, ve como
empiezan a ingresar por la puerta todos los muchachos. Antes de ocupar su lugar de siempre, se
agrupan en el pasillo que lleva al baño, a sabiendas de que allí no podrían ser
vistos desde la calle.
Jorge se separa del grupo y se mete detrás de la barra, en
donde se pone en cuclillas para evitar ser visto. Don Jesús, de un tranco, se
pone al lado de él.
-
¡Parate y hacé como que acomodás cosas en la barra!
Le susurró con todo esfuerzo Jorge. ¡Que nadie vea movimientos raros!
-
Sí, pero no me rompan nada, susurró el Gallego con
desesperación. Y no nos hagan nada a Pituto y a mí que nosotros no dijimos
nada.
-
Escuchame bien y no hables. ¿Entendiste?
-
Sí... sí, alcanzó a decir Don Jesús con un hilo de
voz.
-
Si entra la cana hacete el gil y decile que hoy no
nos viste
-
Pero si ya es la cuarta vez que les digo eso, y
siguen viniendo cada media hora
-
¿Quién viene? ¿El Comisario?
-
El inspector Gómez vino como cuatro veces. Y la
última vez vino el Comisario hecho una tromba. ¿Qué hicieron muchachos? Si
ustedes son buenos pibes, ¿En qué cosa rara se metieron?
-
Gallego, mejor no nos falles. Vamos a estar en el
baño un rato. Si alguien te pregunta decile que lo cerraste porque se tapó el
inodoro. Y si viene la cana hacete el boludo. ¿Estamos?
-
Sí... sí... Pero por favor nada de tiros acá
adentro, suplicó Don Jesús
-
Tranquilo Gallego. Vos hacé lo que te digo, contestó
mientras le guiñaba un ojo.
En
eso se ve aparecer la figura del inspector Gómez.
-
Está pálido Don Jesús. ¿Vio algo?
Sobresaltado,
el gallego, que era rápido como todo gallego que tiene bar, le respondió:
-
Es que ese comisario casi se me mete en el bar con
patrullero y todo. Llegó tocando sirena, gritando, ¡Flor de susto me hizo
pegar!
-
Es que está muy nervioso Jesús. Y no sabemos lo que
puede llegar a pasar si no agarramos rápido a ese Alejandro.
-
Espero que aparezca, dijo el Gallego tras lo cual,
mientras se hacía el inocente, preguntó: ¿Usted se va a quedar acá por si
vienen?
-
No, ya me voy. Pero si los llega a ver llame urgente
a la comisaría.
-
Como no, como no, respondió el Gallego nervioso. Al
menos Gómez no se cruzaría con los muchachos cuando salieran del baño.
En
eso Pituto le hace un chistido a Don Jesús. De golpe aparecen los muchachos
vestidos con impecables trajes. “Servite cuatro cafés Pituto. Yo invito” ordenó
Alejandro
-
¡Pues coño! ¡ Que café ni café! Primero me van a
contar que es lo que pasa. Y les aclaro que yo no le sirvo café a ningún
delincuente, así que pueden ir yéndose de acá.
Pituto
miró sorprendido a Don Jesús. No entendía de donde había sacado su jefe
semejante coraje para enfrentarse a ese grupo de muchachos buscados por la
policía.
Ja, ja,
ja... Estallaron las risas en los cuatro muchachos, mientras el Gallego comenzaba
a tomar conciencia de sus palabras y un hilo húmedo y caliente empezó a bajar
por las botamangas de sus pantalones.
-
Tenés razón Gallego, vení que te vamos a contar
-
Mejor me quedo acá mientras me cuentan, contestó el
Gallego un poco más relajado por las sonrisas de los muchachos y avergonzado
porque el pis todavía chorreaba en sus zapatos.
-
Es que hoy se casa Alejandro. Explicó el Gordo
Alejandro. Y hace tres días que no ve a la novia y parece que lo andan buscando
por todos lados porque piensan que se va a borrar. Si lo llegan a agarrar no lo
vamos a poder defender ni nosotros, así que lo mejor es que a la hora indicada
se aparezca en la iglesia.
-
Vamos muchachos, no me vengan con esas pavadas a mí.
Yo he conocido tipos que se escaparon del altar y fueron perseguidos por todos
los parientes de la novia.
Pero a este Alejandro lo busca hasta el mismísimo Comisario.
-
Y claro gallego. Quién querés que lo busque ¡Si el
comisario va a ser el suegro!
FIN